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Del Condado de Barcelona a Tabarnia II (Ss XIX y XX)

 

El Condado de Barcelona en el S XIX

El S XIX fue muy convulso. Nocivo para España en su conjunto, pero no desfavorable, particularmente, para el Condado de Barcelona. Marcado por la catastrófica “Guerra de la Independencia”, por las no menos catastróficas “Guerras Carlistas” posteriores, la gran inestabilidad política (1ª República), y sobre todo por la confrontación permanente, con especial intensidad en el Condado de Barcelona, entre el “librecambismo” y el “proteccionismo”, con ventaja para éste hasta bien entrado el S XX.

La “Guerra de la Independencia”, con todas sus complejidades, desveló la realidad de España como “nación histórica”, no ideológica.

En la contienda participaron, sin excepción, todas las provincias. Habiendo sido, el condado de Barcelona, ocupado y anexionado por los franceses, los comerciantes y los fabricantes, percibieron con claridad la pérdida del monopolio del mercado español y por lo tanto que su futuro estaba ligado a España.

Terminada la contienda, Fernando VII, contra el signo de los tiempos, supuso el fracaso de los liberales frente a los absolutistas (el Antiguo Régimen que él representó).

Carlos Mª Isidro

A la muerte de Fernando VII sucedió la regencia de M.ª Cristina, impugnada por D. Carlos M.ª Isidro (hermano de Fernando VII), ardiente defensor del antiguo régimen (más acentuado aún que Fdo. VII).

Quienes creyeron ver en él el restablecimiento de los fueros etc. protagonizaron rebeliones contra el absolutismo “blando”, que fueron sofocadas, pero la brasa de lo que luego fue un incendio, inició el movimiento “carlista” (seguidores de D. Carlos).

El carlismo (que se extendió durante los últimos 25 años del siglo, 1833-1876), fue un movimiento profundamente reaccionario que representaba la actitud antimoderna campesina, arraigada especialmente en zonas interiores y prepirenaicas atrasadas. El carlismo no cuajó en las grandes urbes, aunque sí en algunas ciudades pequeñas próximas al mundo rural.

Por otra parte, como consecuencia de las destrucciones de la guerra, la economía sufrió una depresión importante y con ello el débil apoyo a la implantación del liberalismo. Este entorno favorecía sin duda al carlismo.

El condado de Barcelona vio la confrontación de la ya profunda escisión existente entre dos sociedades muy diferentes: una urbana, Barcelona, con un enorme peso económico y político, modernizadora, liberal, dinámica y anti-carlista, y otra rural, estancada, poco productiva, reaccionaria, y contraria a la modernización social (característica posteriormente manipulada y utilizada por la ideología nacionalista).

Tanto en la Historia anterior, como en aquel momento ya se daban dos sociedades reales muy distintas. Por lo tanto, nunca antes se pudo, y menos entonces, hablar de “Cataluña” como un todo que nunca existió ni mucho menos la repetidamente invocada “unanimidad catalana”, ambas ideas creadas por la ideología nacionalista. Si bien, el nacionalismo removió las aguas, dando lugar a flujos y banderías contradictorios.

Barcelona y sus proximidades, puertos donde se importaba, al amparo del contingente, el carbón base de la fuerza motriz, era el único foco de desarrollo económico y de manufactura y mecanización "moderna" (especialmente textil algodonera y con talleres laneros en Sabadell y Tarrasa).

El progreso y la necesidad de atraer abundantes trabajadores llevó a la aparición y consolidación de estratos, o clases, obreras y medias cuya extensión hacía nacer conflictos sociales y exigencias de mayor participación y reforma social. La ciudad experimentó una gran transformación dando lugar a estilos de vida modernos: urbanismo, casinos, ateneos, círculos, asociaciones populares de todo tipo (culturales, deportivas etc.).

Y mientras las guerras carlistas arruinaban el mundo rural, Barcelona, y su franja costera prosperaban, y se hacían, en exclusiva, con el mercado español.

Simultáneamente, el sector fabril exigía el proteccionismo del gobierno (cosa que como se ha visto ya venía de muy atrás), lo que se tradujo en una inacabable, y tensa, lucha por los “aranceles” y los “contingentes”, que les habían de evitar la competencia y la necesidad de innovar ni el producto, ni el proceso, ni la maquinaria, aunque como todos veían (intelectuales, políticos y los mismos fabricantes) perjudicaban a sus propios consumidores y obstaculizaban el progreso de España.

Quienes deseaban un arancel más “proteccionista” prescindían de quienes se veían perjudicados por él, que no necesitándolo veían dificultadas sus exportaciones y el comercio con otros países.

Barcelona en el S XIX

En conjunto siempre se impusieron, excepto durante brevísimos lapsus, los fabricantes de Barcelona, que lograron mantener la prohibición de importar tejidos corrientes, y los de calidad se vieron obstaculizados por tarifas arancelarias muy altas (hubo, naturalmente, un cierto contrabando, introduciendo artículos extranjeros y cambiando las marcas…).

No todo fueron éxitos, diversas circunstancias exteriores tuvieron influencias positivas, y negativas, en la actividad productora y comercial (de la que el sector algodonero era el protagonista), así por ej. la guerra de Crimea (1853-1856) dio lugar a una euforia y, a su terminación, una depresión, la guerra civil americana (1846-1848) provocó una intensa crisis por falta de suministro de algodón (del que Barcelona era un gran importador: importaba de USA, y exportaba a la América española), etc. Se dieron crisis financieras (1866), y se evidenciaron las debilidades bancarias de Barcelona incapaces de financiar a las fábricas.

Es de interés señalar que la “guerra de África” (1859-1860), levantó una oleada de exaltación españolista en la que Barcelona y su entorno estuvieron probablemente a la cabeza del país (entusiasmo popular, dinero, tropas...). Lo mismo podría decirse con el conflicto de las Carolinas con Alemania (1885). Hasta entonces no habían aparecido síntomas de hispanofobia.

Primera guerra de Africa

La política interior, no ajena a estas exigencias imbricadas en la pugna “librecambismo-proteccionismo”, “moderados”-“progresistas”, “radicales” y “demócratas”, con la secuencia de pronunciamientos, dio lugar a numerosos vaivenes e inestabilidades que destronando a Isabel II, condujeron a la revolución de 1868 (“La Gloriosa”- Prim, Serrano), período liberalizador iniciado con el “arancel Figuerola” (odiado por los fabricantes barceloneses ya que se oponía a su proteccionismo), y tras la proclamación de la breve 1ª República (1873), a la “Restauración Borbónica” (1874), nuevo período proteccionista, con el fortísimo apoyo de la burguesía de Barcelona que ejercía una gran influencia sobre los Borbones y que dio paso a Alfonso XII (Martínez Campos).

Restablecido el orden, los negocios prosperaron, aunque se mantuvo la lucha de los empresarios contra el librecambismo hasta el establecimiento del “arancel Cánovas” (1891) que fue el fin de todo librecambismo, supresión de toda competencia exterior e incluso limitando la interior.

Bajo este severo proteccionismo, Barcelona fue la “fábrica de España” y realmente la lideraba. Si la barcelonesa parecía una gran industria, realmente no lo era, ni con mucho, dentro del contexto internacional. Es muy exagerado llamar a aquel modesto desarrollo “revolución industrial”.

Por el contrario, el exceso de proteccionismo, y no la debilidad de la demanda, con la fácil obtención de beneficios dada la acomodación al cautivo mercado interior, fue el responsable del endeble desarrollo “fabril” (no verdaderamente ”industrial”) que en doscientos años no había “tenido tiempo” de evolucionar y progresar para ponerse al nivel de la industria extranjera y competir con ella.

Entre 1810 y 1824, tuvo lugar la quiebra del Imperio español.

Compañía Trasatlántica

Por una parte, la invasión napoleónica facilitó del rompimiento de los lazos, y también el rechazo de los “criollos” a la Constitución de 1812 (que les igualaba a los indígenas), y por otra parte, el deseo de liberarse de las restricciones comerciales que les obligaba a surtirse casi exclusivamente de los textiles de Barcelona, de peor calidad y más caros que los del mercado internacional (que obtenían de contrabando de franceses e ingleses), estimuló y produjo, la separación definitiva de casi todos los territorios de la Corona.

Los restos del Imperio (Cuba, Puerto Rico, Filipinas, las Marianas y las Carolinas) fueron suficientes para mantener un muy buen negocio a los exportadores, particularmente barceloneses, que prácticamente funcionaron en régimen de monopolio.

El fruto de ese comercio se tradujo en la creación de importantes sociedades: el Fomento de la Producción Nacional, la Compañía General de Tabacos de Filipinas, el Banco Hispano Colonial, la Compañía Transatlántica, la Sociedad de Crédito Mobiliario, etc., todas barcelonesas.

También hay que resaltar los grandes beneficios que el tráfico esclavista, legal e ilegal, aportó a Barcelona (y a algunas otras localidades costeras) que se manifestó ostentosamente en la ciudad. Los grandes esclavistas (Antonio López, Güell, etc.) son antepasados de las “famosas” familias de la respetada burguesía tradicional.

Hay que constatar que la mayoría de los comerciantes no traficaban con esclavos sino con aguardiente, aceite, frutos secos, corcho, cacao, azúcar, café, tabaco… La Sociedad Abolicionista (1871-1878) trató de liquidar ese comercio, pero hubo una oleada de protestas de los Círculos y Sociedades empresariales influyentes de Barcelona y no lo consiguió.

Antonio López

Mientras tanto, al igual que los otros territorios americanos, criollos y no criollos establecidos en las islas que quedaban del Imperio, demandaban la libertad de comercio, y una cierta autonomía. Todas las peticiones, incluso las menores reformas, fueron rechazadas por el Gobierno, bajo la fortísima presión e intransigencia de los fabricantes, comerciantes y financieros barceloneses (Diputación de Barcelona, Cámaras, Banco Hispano, Fomento…) que exigían una protección férrea y el rechazo total al separatismo cubano, confundiendo “patriotismo” con sus propios intereses.

El resultado de estas tensiones (1895) fueron las guerras de secesión de Cuba y con los USA, con grandes pérdidas y la desaparición de lo que había sido un mercado privilegiado.

En Barcelona se dieron manifestaciones masivas de exaltación patriótica y del Ejército en los embarques de tropas, y entusiasmo en la prensa que daba la espalda al incipiente nacionalismo; se creía en la victoria. Luego cambiaría.

En 1898 se produjo “el Desastre”. Fue el “precio” del proteccionismo.

La derrota provocó un chasco que transmutó de signo las anteriores actitudes: se culpabilizó al extremo a España, a “Castilla” (¿?) y se escupió un grandísimo desprecio a Andalucía. Todo eso perdura, entrado ya el S XXI.

La burguesía barcelonesa no se sintió ni mínimamente responsable del descalabro. Realmente había sido exclusivamente su cerril ambición y soberbia quien lo había provocado. Ellos fueron los que habían, más que exigido, impuesto, por su poder y presión política, el obtuso proteccionismo en España, y apoyado incondicionalmente la política colonialista. Ahora despreciaban a España y la negaban. El nacionalismo, embrionario, les servía de refugio moral. En el futuro volvería a repetirse algo similar.

Crucero Reina Mercedes

Empezó el inextinguible odio y desprecio a España y el eterno, y exculpatorio, victimismo barcelonés, que se extendió a otros territorios. Y con él, la ruptura con España, y el separatismo, como solución a todos sus “problemas”.

Los mismos que habían negado la menor autonomía a los demás, ahora la exigían para sí.

Vinieron grandes días para el separatismo aupado por la soberbia que estimuló la ostentosa riqueza debida a la repatriación de capitales. Capitales generados, por otra parte, gracias al monopolio, de que habían gozado con el extremo proteccionismo del Gobierno, ahora denostado.

El rebrote económico y el liderazgo económico de la región alumbró también el regionalismo, pronto transmutado en nacionalismo (bases de Manresa 1892) y el “1898” remachó el clavo.

Para las asociaciones patronales no cupo duda de que el gran crecimiento económico se fundamentaba en la imbricación de los mercados barceloneses y del resto de España, en una interacción recíproca, de la que la parte más beneficiada fue Barcelona.

Teniendo esta realidad en cuenta, se entiende que no todos los empresarios, en bloque, se sumaran al separatismo, más bien al contrario, comprendiendo que la ruptura sería fatal para todos, se mantuvieron decididos defensores de la unidad nacional española.

La ya antigua dicotomía manifestada en la sociedad del viejo, y ya algo desdibujado, Condado de Barcelona, entre las tierras del interior (y entre los restantes condados carolingios), y la zona costera alrededor de Barcelona se siguieron acentuando decisivamente. Diferenciación que, negada furiosamente por el nacionalismo, posteriormente dará origen a la idea de Tabarnia.

 

El nacionalismo

 

Al calor de la prosperidad económica, entre 1830 y 1880, se desarrolló “La Renaixença”, inicialmente movimiento cultural, inspirado en las corrientes del “Romanticismo”, que exaltaba la sensibilidad y belleza de la vida campestre frente a la conflictiva y artificiosa sociedad urbana.

La Renaixença

El movimiento se entregó a la “recuperación” de tradiciones, historia, y especialmente a la reivindicación del catalán, que, en las ciudades fabriles, por su propia dinámica (Barcelona, además de fábrica, era un importante centro editorial), había quedado postergado, y que entonces se hallaba relegado al mundo rural.

Pero no fue tan inocente y lírico: sobre esas mismas bases se fraguaron los mitos “catalanes” (p.ej. la fecha 1714).

En el aspecto histórico se transformaron y manipularon profundamente las interpretaciones, y personajes, para poner en circulación la denominación “Cataluña” mal definida, añadida muy posteriormente y durante siglos escasamente utilizada, que nunca antes fue considerada, ni ha sido, una nación ni un ente político ancestral.

En el aspecto cultural se eliminaron costumbres y tradiciones que no encajaban con la idea de “catalanidad” que estaban definiendo y creando, y se añadieron (modificaron o inventaron) otras, de las que se decía que habían quedado perdidas en los tiempos, y por lo tanto portadoras de las verdaderas “esencias”.

En conjunto se “fabricó” una “cultura propia” (incluso se ha llegado a hablar de una “civilización catalana”).

De este modo se pusieron a punto los materiales necesarios para sustentar la ideología nacionalista.

El nacionalismo, derivación del “movimiento cultural” a “movimiento político”, aparece a finales del S XIX - inicios de S XX, inspirado, y producto, de las corrientes románticas que originan nacionalismo alemán (Fichte, Renan), y cuya difusión, no inmediata, se vio estimulada por la gran diferencia de desarrollo económico entre Barcelona y el resto de España (la misma diferencia, que se ha citado, con respecto a las “tierras del interior”).

Otros factores también influyeron decisivamente en su expansión: la dependencia económica y política de la aborrecida España, especialmente tras 1898, y la continua llegada de inmigrantes de otras regiones, dada la baja natalidad de los autóctonos y el crecimiento sostenido de la fabricación. En un entorno, ya nacionalista, esta presencia “ajena” generó sentimientos xenófobos y racistas que perduran.

Podríamos añadir que la extrema debilidad del nacionalismo ideológico español, por innecesario (la realidad histórica de la Nación Española nunca estuvo en cuestión ni es tributaria de la moderna ideología nacionalista), dejó espacio libre al desarrollo de los nacionalismos periféricos.

Prat de la Riba

Prat de la Riba, el sembrador del odio, fue un importante formulador de esta ideología, no el único (Almirall...). Para esta pléyade de predicadores, no existe la Historia de España que no es una nación, no es nada.

Para ellos, la definición ideológica de “nación” es un concepto esencial, étnico, espiritual, y místico que se encarna en el “espíritu del pueblo”. La “nación” de estos “nacionalistas” es un hecho “primordial”, un dato de la Naturaleza, anterior a todo, que define a una “comunidad natural” y “predeterminada” de la que surge el “alma, y la voluntad del pueblo”. Esta comunidad es irrenunciable, inmiscible, incambiable e ininteligible para los demás. Y todo esto se materializa en la “lengua propia” que viene a ser un símbolo sagrado. Es la irracionalidad del Romanticismo; de donde procede.

El nacionalismo creó sus propios símbolos y significados legitimadores: “normalización” de la lengua, la bandera, un “himno” espurio surgido de un viejo canto modificado, que nada tiene que ver, forzadamente popularizado hacia 1892, un “día” como mito fundacional que representa una desgracia, cuando fue lo contrario, y una “danza nacional”, la “sardana” baile totalmente desconocido al que dio forma José Ventura (de Jaén) y es un buen ejemplo de “tradición inventada” …

La ideología nacionalista creó “Cataluña” como nación, y su propagación fue obra de elementos muy radicalizados entre: intelectuales, periodistas, profesores, políticos, fabricantes… y otros estratos (p.ej. el CADCI) que ambicionaban un ascenso y reconocimiento social.

Entre todos propagaban otro mito, el del “hecho diferencial” del que han derivado el supremacismo que les sitúa por encima de los demás, enumerando y exagerando las diferencias con el resto de España en lengua, tradiciones… (¡y hoy día en ADN!).

Francisco Cambó Lliga Regionalista

Y, naturalmente, se definió el imprescindible “enemigo exterior”: España. O, dicho de otro modo, la quimera “Cataluña” se construyó contra España. Por eso, la inventada nación tenía que estar limpia de tacha y había que depurarla de todo lo español y por tanto degradante: toros, flamenco… y lo procedente de la extensísima cultura (esta sí) española, popular y culta.

A medida que se extendía el nacionalismo empezaba a tomar direcciones definidas, y entre uniones y escisiones de grupúsculos, se fundó en 1887, en Barcelona, la “Lliga Regionalista” (Cambó, etc. que perduró, y fue hegemónica, hasta el inicio de la Guerra Civil) nacionalistas de orientación conservadora que representó los intereses de los fabricantes y las pretensiones autonomistas de la burguesía que se expresaban como el “reconocimiento de la hegemonía catalana”, el “derecho de Cataluña a gobernar” y cosas por el estilo. Acogió a buen número de fabricantes, pero no llegó a interesar a amplios sectores de la clase media ni mucho menos al mundo obrero.

Odio a España

 

 

Barcelona y su entorno en el S XX, hasta la Guerra Civil

 

Si en el S XIX el carbón fue el factor de la mecanización, en el S XX lo fueron la electricidad y el petróleo. Ambos muy escasos en España.

El S XX fue el de los cataclismos: dos Guerras Mundiales, la Revolución Bolchevique y su expansión desestabilizadora de regímenes, la Gran Depresión y desorientación social y la respuesta con los movimientos políticos de las “Terceras vías” (autoritarismos, Fascismos, y algo aparte el Nacional Socialismo alemán).

En España, el punto de inflexión había sido 1898, la repatriación de capitales produjo un gran impulso a la producción fabril nacional y su extensión a varios sectores (maquinaria pesada, química, metalúrgica, construcción…). Y si en 1890 se había reinstaurado el voto universal, el caciquismo dominante de entonces había desvirtuado el sistema de partidos (el “turnismo”) hasta la II República, período en el que emergieron las grandes fuerzas sociales: el anarquismo y los separatismos.

La caótica II República desembocó en la Guerra Civil. Tras la cual se estableció el Régimen autoritario y desarrollista del General Franco. Se vivió un gran flujo de población que se desplazaba desde las comarcas del interior, no productivas, hacia las diversas zonas más activas del país.

 

Sindicato Libre

La agitación social al empezar el siglo ya era muy intensa y constante, las organizaciones obreras tenían fuerza y las ideologías polarizaban la protesta (p.ej. huelga de La Canadiense, huelga general de 1917…). La patronal exigía protección y firmeza al Gobierno, y organizaba su propio “Sindicato Libre” para contrarrestar la acción sindical obrera. Es el período del gansterismo y del terrorismo.

Hay que señalar que, aunque suene extraño, el sindicato patronal contaba con más de cien mil afiliados, entre los que había obreros, artesanos etc. es decir no todo el “mundo obrero” era revolucionario.

Semana Trágica

Una muestra de la dureza de la época nos la dan los hechos de la “Semana Trágica” en Barcelona (1909). Con motivo del conflicto en el norte de Marruecos, el primer ministro Antonio Maura, decretó, junto con el envío de tropas, la movilización de reservistas para ser enviados a sofocar la rebelión rifeña.

Al contrario de lo ocurrido cincuenta años atrás con la “guerra de África” (1859-1860) que levantó oleadas de patriotismo, y de voluntarios, ahora fue lo opuesto. Hubo una gran reacción de las clases populares, ya organizadas, en contra de la guerra, del Ejército y del gobierno. Los disturbios fueron extremadamente violentos y tuvo lugar la quema de numerosos establecimientos eclesiásticos.

El desorden social hacía inestable el gobierno de la Restauración.

La Primera Guerra Mundial (1914-1918), en la que España no participó, fue una época de grandes beneficios para las fábricas barcelonesas que no supieron aprovechar para modernizarse; los productos que suministraban a los beligerantes eran de muy mala calidad, y los precios abusivos. Fueron unos años de intenso dinamismo se crearon todo tipo de sociedades con actividades lícitas e ilícitas, aunque con escasas renovaciones de equipos, al tiempo que la conflictividad sindical se extremaba.

Pero terminó la guerra. Se acabaron los pedidos y el descrédito hizo el resto. Sucedió una profunda depresión, económica y social, y una vez más, los fabricantes (especialmente los textiles) volvieron a sus eternas exigencias de protección y subvención, lo que lograron con el “Arancel Cambo”, y ahora, además, la defensa frente a la agresividad sindical (la CNT, anarcosindicalista, fundada en 1910, ya era la central de referencia).

Mancomunidad

Prat de la Riba, presidente de la Diputación de Barcelona, y Cambó (de la Lliga) que había tenido un cierto éxito electoral, propusieron la conjunción de las cuatro diputaciones catalanas en una entidad única: la “Mancomunidad” que realizaría el sueño nacionalista de reconocer el carácter de “realidad nacional” única a “Cataluña”.

Fue aprobada por el gobierno en 1913, “solo con fines administrativos” y constituida en 1914. Evidentemente la institución, como estaba previsto, rebasó los límites establecidos; era solo un paso dentro de una visión fantasiosa más amplia: sueños imperiales, Confederación Ibérica con “Cataluña” encabezándola, etc. Y aunque trató de ampliar sus competencias no tuvo mucho recorrido.

Conviene destacar que los nacionalistas siempre han estado muy atentos al “lenguaje” como instrumento político creador de realidades, y pieza clave en su proceso de “construcción nacional” y así, constantemente se refieren como una unidad cohesionada, como un bloque, a “Cataluña”, hasta el punto de que han logrado imponer este “concepto” que se ha vuelto “indiscutible”, a sus mismos adversarios quienes lo utilizan sin advertir el engaño.

En 1919, Cambó insatisfecho, como es natural, demandó un estatuto de autonomía que resolviera el “problema catalán”. Antonio Maura, presidente del Gobierno, tuvo la ocurrencia de sugerir el nombre de “Generalidad” para el autogobierno que se estudiaba, pretendiendo enlazarlo con la entidad de igual nombre que había existido en el pasado. No fue una buena idea. Ambas instituciones no tenían ni la más mínima similitud. Pero sirvió al nacionalismo como elemento de “continuidad histórica” legitimador de su manipulación de la historia y reconocimiento de la existencia de la “nación catalana”.

La agitación social favorecía la formación, en Barcelona, de numerosas Uniones, Centros, el CADCI, el Partido Republicano Radical, de Lerroux, anticatalanista y anticlerical que aglutinó a amplias masas populares. Mientras en los territorios del interior predominaba el conservadurismo y el carlismo ultramontano.

En el convulso período hasta 1923, la Lliga, que encuadraba a buena parte de la burguesía de Barcelona, estuvo jugando con el poder y con los nacionalistas. Frente a las organizaciones obreras y los desórdenes (huelgas, revueltas…), recurría al amparo del gobierno y pactaba con él (Maura, Cambó). Y, para obtener de él prebendas (proteccionismo comercial, subvenciones), se volvía en su contra y le presionaba con el “nacionalismo separatista”.

Miguel Primo de Rivera

El caos social y los continuos “estados de excepción” necesarios para mantener el orden público, además de la impopular guerra de Marruecos y su negligente dirección, expresaban la crisis del sistema político monárquico, e impulsaron, en 1923, a Miguel Primo de Rivera (Capitán General de Cataluña) a dar el golpe de estado (tolerado por Alfonso XIII), que le situó en el poder.

El “cirujano de hierro”, actuó rápidamente: suspendió la Constitución, disolvió los Ayuntamientos y Diputaciones, colocándolos bajo la dirección de militares, intervino la Mancomunidad, suspendió los partidos políticos creando el partido único (“no político”) la “Unión Patriótica” y para restituir la paz social declaró el “estado de guerra”.

Aun rechazando los partidos políticos, miembros del PSOE colaboraron en su gobierno (p.ej. Largo Caballero formó en el “Consejo de Estado”).

Inicialmente la burguesía barcelonesa apoyó entusiásticamente al nuevo dictador esperando su protección y disposición a utilizar al Ejército para acabar con el pistolerismo, las huelgas y el terrorismo anarquista. Y ciertamente, Primo, siempre estuvo cerca de sus intereses, como lo demostró la Exposición Internacional de 1929 que generó notables beneficios a Barcelona (y su entorno) y también mantuvo la “protección” a la producción nacional. En conjunto Barcelona experimentó una importante prosperidad y expansión laboral.

Hay que mencionar sus numerosos logros: acabó con el pistolerismo, con el caciquismo, con la corrupción (aunque entre su propio partido se fueron formando estos mismos parásitos). Creó organismos modernizadores y de desarrollo como el “Consejo de Economía Nacional”, creación de CAMPSA, de la Compañía Telefónica Nacional de España, lanzamiento de notables obras públicas, especialmente hidráulicas (mediante las Confederaciones Hidrográficas), carreteras, ferrocarriles, escuelas en pequeñas poblaciones, electrificación (incompleta) del mundo rural, y nuevas medidas de protección social como el establecimiento del “retiro”, la creación de “viviendas de protección oficial”, la “protección familiar”…

En contrario podríamos decir que, si bien impulsó el desarrollo de unas zonas, fue a costa de estancar a otras. Y también, al no aumentar los impuestos, endeudó severamente la Hacienda Pública comprometiendo todas las buenas iniciativas.

Maciá

La dictadura actuó enérgicamente contra el separatismo, limitando el uso de simbología nacionalista y clausurando entidades de ese signo, y no admitió autonomías locales. La Lliga, inicialmente había apoyado a Primo, pero al ver el carácter antinacionalista que iba tomando, se manifestó en oposición y fue clausurada.

Durante su mandato, en 1926, tuvieron lugar los “hechos de Prats de Molló” (el intento de lanzar una invasión de España y crear en Olot una “República Catalana”), protagonizados por Macià y su partido “Estat Catalá”, y que resultó fácilmente abortada.

Lentamente se fraguó la oposición a Primo. La primera oposición provino del propio Ejército que intentó dos golpes de estado.

Pero también los apoyos iniciales se distanciaron, los nacionalistas por su animadversión, los fabricantes que empezaban a manifestar el descontento por el papel, aunque pequeño, concedido a los sindicatos en la gestión empresarial, y los “intelectuales” porque finalmente les pareció excesivamente conservador y porque vieron que la dictadura no iba a ser “temporal”.

Dimitió en 1930, y Alfonso XIII encargó al general Berenguer el retorno al anterior constitucionalismo.

El triunfo republicano en las elecciones municipales de 1931, dio un vuelco a la situación política general, creando un marco de enorme complejidad. Alfonso XIII abandona España, y se proclama la 2ª República (Pacto de San Sebastián, 1930).

La Lliga, que representaba las aspiraciones autonomistas de una parte de la burguesía, pierde toda influencia futura.

En su lugar, el partido fuerte, emergente, es ERC (Macià, Companys) hegemónico tanto en Barcelona como en las comarcas del interior, se nutrió de clases medias, pequeña burguesía e incluso atrajo a numerosos campesinos y a trabajadores (estrato social indiferente al nacionalismo). Otras formaciones aparecieron: PCR, POUM, … y la CNT siguió siendo hegemónica en el mundo obrero.

En 1932 se estableció el Estatuto de Autonomía de “Cataluña” (llamado de “Núria”), abolido por el General Franco en 1938.

Tras la autonomía, el separatismo ya fue imparable y su racismo muy evidente ante, la para ellos insoportable, llegada de trabajadores emigrantes (que en general nutrían a la ya poderosa CNT).

Revolución de Octubre 1934

La 2ª República, no se comportó como una verdadera democracia. No aceptó el triunfo electoral de las derechas en 1933, y cuando entraron en el gobierno 3 ministros de la CEDA (la opción más votada), fue la excusa para que el PSOE con la UGT y algunos miembros del PCE y de CNT, declararan el abandono del parlamentarismo y la legalidad y optaron por la “vía insurreccional” lanzando (la ya hacía tiempo preparada) “huelga general revoluciomaria” o “Revolución de Octubre”.

No lograron una movilización de masas, tan solo fue seguida en Barcelona, levísimamente, y en Asturias donde la revolución sí fue intensa y cruenta, así como su sofocación.

En este escenario, Companys, presidente de la comunidad autónoma de “Cataluña”, declaró el Estado Catalán, dentro de la inexistente “República Federal Española”. Duró 10 horas.

Obtuvo escaso apoyo. Algunos dirigentes huyeron por las cloacas. Companys fue condenado a 30 años de prisión de los que apenas cumplió uno y medio. Estos hechos crearon la imagen mítica del “president”, y años después, tras su fusilamiento como responsable directo de numerosos crímenes en la guerra civil, el victimismo nacionalista creó el “icono”, el “mártir”.

Lluís Companys

La sociedad estaba críticamente dividida cuando se realizaron las “elecciones del 36”, en las que el conglomerado de “izquierdas” como “Frente Popular” alteró los resultados destruyendo urnas, actas, falsificando otras… y asignándose arbitrariamente los escaños.

Algunos “historiadores”, “estiman” que el Frente Popular ganó las elecciones por estrecho margen. Los resultados electorales no se “estiman”, son datos concretos, y se proclaman, lo que no ocurrió, ni constan. Por otra parte, ¿para qué el “ganador” iba a alterar los resultados?

El Frente Popular, “se hizo” con el poder. La “República” no fue más que un decorado destinado a mantener las apariencias ante las democracias occidentales (consejo u órdenes de la Komintern). Se ha llamado a ese bando “republicano” cuando realmente ya no lo era. Ni republicano ni menos demócrata. Se trataba de la revolución comunista.

1936 “Guerra Civil”. El caos y violencia consecuente lanzó la “sublevación militar” con escasa participación civil, excepto los miembros de organizaciones, en ambos bandos, aunque se evidenció un notable apoyo de la población al bando “Nacional”.

Frente Popular

La guerra estalló en medio de una profunda crisis económica, política y social acentuada por la propia contienda, y las irregularidades y descontroles financieros y de todo tipo en el bando frente populista.

Una parte de la población amenazada por la represión y depuraciones frente- populistas logró escapar al bando nacional; se trataba de gentes de toda condición social, los jóvenes incluso se alistaban al Ejército, así como la mayor parte de los soldados capturados. Las deserciones en sentido contrario fueron anecdóticas.

La mayor parte de la burguesía barcelonesa y miembros de la Lliga, incluso numerosos republicanos, y naturalmente los católicos, huyeron a Italia, otros fueron directamente a Burgos. Cambó se adhirió al bando Nacional y desarrolló una gran labor de propaganda internacional, fue secundado por numerosas personalidades de la política, fabricantes y del mundo de la cultura (profesores, escritores, artistas, profesionales, banqueros, periodistas etc.).

En medio de las crudas luchas intestinas en el Frente Popular, la Generalidad siempre maniobró poniendo trabas a la acción del “Gobierno” cuando no traicionándolo, anteponiendo su separatismo a la victoria en la guerra y al éxito de la “revolución” (que de hecho no le interesaba, su enemigo era, y es, España).

La Guerra terminó en 1939 con la victoria del bando Nacional.

Victoria Nacional

 

Barcelona con el “franquismo” (¿Tabarnia?).

 

Recepción en Barcelona

El Ejército Nacional fue recibido entusiásticamente en Barcelona, el “nuevo Estado”, que se había venido gestando, durante la contienda, contó con el apoyo y colaboración constante de abundantes personajes de la vida y economía barcelonesa.

Se suspendieron todos los partidos políticos (sustituidos por el “Movimiento” que fue degenerando en una simple estructura burocrática) así como los sindicatos de obediencia de los partidos, sustituidos por una nueva estructura, los “sindicatos verticales” que agrupaban a empresarios y productores.

Los primeros tiempos del Régimen resultaron difíciles en el contexto internacional y con el bloqueo y aislamiento practicado por los países del entorno para desalojar al nuevo gobierno, lo que obligó a un “racionamiento” (con el fin de evitar la excesiva elevación de precios dada la escasez), dando lugar a un mercado negro (llamado “estraperlo”) que proporcionó buenos beneficios a algunos. Franco no pudo ser derrocado y la política internacional dio un nuevo tumbo; gradualmente Franco fue aceptado (al principio a regañadientes).

Aún en la primera fase “autárquica” (hasta 1959) se inició un rápido y privilegiado crecimiento en Barcelona y su entorno, como siempre al amparo del proteccionismo (el arancel Cambó permaneció hasta casi 1960 y el arancel Ullastres, hasta 1963), muy especialmente enfocado a la fabricación textil cuyos intereses prevalecieron (y que pese a las subvenciones recibidas prosiguió sin renovación, como se descubrió vergonzosamente tras las inundaciones de Sabadell-Tarrasa -1962-, amén de otro tipo de fraudes).

La diferenciación económica y social entre Barcelona y su entorno (que ya se apreciaba como una comunidad distinta ¿Tabarnia?), y el interior que ya era un mundo aparte, irrelevante y atrasado constituía una profunda brecha.

Impulsada espectacularmente por el franquismo, Barcelona y su entorno, fueron el centro industrial más importante de España, a la cabeza de la cual que estuvieron, en renta y en inversiones estatales que nadie más recibió, tras los planes de “Estabilización” y los de “Desarrollo” (de López Rodó, exponente de la burguesía barcelonesa).

El crecimiento económico de Barcelona (y de Tarragona) fue unas 10 veces mayor que el de cualquier otra región, un crecimiento vertiginoso, y en esas zonas se concentraron las ¾ partes de la población de la demarcación denominada administrativamente “Cataluña”. La afluencia de población de otras áreas acentuó la concentración humana (y soterradamente el racismo y la xenofobia latente contra los trabajadores foráneos que por otra parte necesitaban para mantener su desarrollo).

SEAT Refinería de Tarragona

Por decisiones directas de Franco, y la influencia de Claudio Boada presidente del INI, se ubicó en Barcelona (contra la opinión de Fiat) la SEAT (la mayor fábrica de España, que posteriormente en 1984 se hundió y el Estado, una vez más el Estado, hizo lo imposible para reflotarla), así como Pegaso, la refinería de Tarragona (prevista en Castellón) y todas la importantes plantas químicas que se situaron alrededor de ella (Dow Chemical, Basf…).

No menor fue el apoyo y protección de la administración franquista a las instalaciones farmacéuticas, en Barcelona y alrededores, incluyendo métodos legal-fraudulentos para evitar los derechos de royalties internacionales

La influencia franquista se extendió a las infraestructuras (autopistas) y apoyos que proyectaron internacionalmente el prestigio de Barcelona: ya en 1943 un decreto de Franco estableció que solo Barcelona y Valencia podrían convocar Ferias de Muestras Internacionales, y obtuvo la celebración, en 1952, del 35 Congreso Eucarístico Internacional, la ampliación y potenciación del puerto de Barcelona, la planta de Gas Natural (en régimen casi monopolístico) etc.

Al compás de todo este progreso modernizador emergió con fuerza el turismo y el sector servicios, la construcción, además de las “viviendas protegidas,” y el urbanismo.

Pero es de observar que buena parte de la burguesía permaneció fuertemente ligada y dependiente, como lo había sido históricamente, de la banca española.

A parte del indudable, importante y positivo apoyo del franquismo al desarrollo económico de la región barcelonesa, hay que señalar que el régimen también tuvo dificultades políticas internas a lo largo de su mandato, que se fueron acentuando a medida que el progreso económico y el nivel de vida aumentaba. Sectores de población y en especial la muy favorecida burguesía barcelonesa, aspiraban a otro protagonismo político. Simultáneamente los apoyos al régimen se debilitaban y le abandonaban, particularmente la Iglesia.

La única oposición apreciable al franquismo fue la ofrecida por los comunistas (PCE). Por supuesto, no se trataba de la "oposición democrática", como se proclamaba

Y suele, o conviene, olvidarse, que en las numerosas ocasiones (ferias, partidos de Copa, celebraciones, Montserrat…) en que visitó Barcelona, fue acogido con grandes adhesiones.

 

Barcelona en el Estado Autonómico… y… ¡TABARNIA!

 

El franquismo ganó la guerra, pero perdió la importantísima batalla de la propaganda.

El Estado Autonómico también.

Durante el Régimen, y a partir de los años 1950, la propaganda estuvo materializada y ejecutada por grupos y grupúsculos comunistas, que gradualmente se introdujeron en la estructura sindical, en las Universidades, en la enseñanza y tímidamente en algunos medios.

A la muerte de Franco, en 1975, repuesta la Monarquía en Juan Carlos I, personajes que, en los últimos tiempos, dada una cierta apertura política se habían ido organizando, liderados por Adolfo Suárez y con el apoyo del Rey, elaboraron la Constitución de 1978, que configuraba España como un conjunto de regiones autónomas, que desarrollaron sus propios Estatutos.

El sistema autonómico nadie lo exigía ni era necesario. Fue un antojo de Suárez queriendo congraciarse con todo el mundo como fuese. Esta pésima ocurrencia muy pronto se le fue de las manos, y desde entonces el separatismo se ha desbocado una vez más y parece imparable.

Ahora las Comunidades Autónomas, con el enorme cúmulo de intereses y corrupción que encierran, son casi irreversibles.

Este Estado y los políticos que lo colonizan han incentivado a un nacionalismo que era insignificante hasta convertirlo en un poder inmanejable, gracias a otra creación “diabólica”: la Ley Electoral.

Debido a ella no pueden darse mayorías, y no todos los votos valen lo mismo. Minorías insignificantes, los nacionalistas, se ven sobre-representadas. Con ello, pueden gobernar los perdedores de unas elecciones, con tal de que trapicheen con los nacionalistas, por supuesto, la puja, la “compra” de apoyos, es al alza.

Pujol

El paradigma de esto fue Convergencia (CiU), con Pujol (el gran ladrón) que durante años ha condicionado a todos los gobiernos habidos, y ha preparado el avance del separatismo con la inoculación y control ideológico de todos los ámbitos de la sociedad (indoctrinación en las escuelas, invasión de todas las asociaciones, represión de los no nacionalistas etc.).

Así es como se han transferido, imprudente e irresponsablemente, competencias críticas que han fortalecido a los separatistas, y debilitado y descohesionado a la Nación.

Todo ha conducido a un crecimiento desmesurado de los gobiernos autonómicos, con la aparición de numerosísimos organismos y entes públicos, completamente inútiles, donde colocar a personal afín.

Al frente del Estado autonómico la izquierda, irredenta, revanchista, y el nacionalismo (ausente de la oposición al franquismo) racista y asesino, han patrimonializado la interpretación total de la Historia de España, los antecedentes de la guerra, la guerra, y la posguerra, creando un cúmulo brutal de mentiras, convertido y declarado en verdad oficial por la “Ley de Memoria Histórica”.

Para deslegitimar al franquismo y sus obras positivas, que las hubo, la izquierda, irredenta y revanchista, necesita destruir, aniquilar España, interpretada como una “creación” del propio Franco, negándola, borrando su Historia, su continuidad, su existencia y su futuro. De hecho, pretenden cambiar el resultado de aquella guerra.

Antiespañolismo

En su delirio, y obsesión antifranquista han pasado de ser socios del nacionalismo a ser epígonos solícitos del mismo. Y es que, la “izquierda”, dada su endeblez conceptual no contiene más identidad que el antiespañolismo.

Y recordaremos que el mayor número de antifranquistas actuales, son los “antifranquistas posfranquismo” (casi todos ellos enriquecidos bajo tan “abyecto régimen”).

Para los separatistas todo es aún más perentorio, la realización de esa entelequia que es “Cataluña”, con el concurso de la “izquierda” y la progresía, requiere imprescindiblemente la destrucción de España. “España” es el “enemigo”.

Pero lo peor es la conculcación de la Constitución, y el incumplimiento de las sentencias del Tribunal Constitucional que los separatistas ejercen sistemáticamente, con la complicidad delictiva de los Gobiernos de la Nación, quienes siempre dejan hacer sin poner coto a la ilegalidad. La inacción del Estado les ha conferido la convicción de su impunidad.

Antes bien, el proceso ha enloquecido desde la aprobación del “Estatuto” del infame Zapatero, seguido del no menos infame gobierno del PP con Rajoy - Soraya y el de Pedro Sánchez (2018). Ahora la Constitución ya no les sirve, necesitan todos los resortes del poder que aún no están en sus manos, para tener la impunidad total.

Racismo catalán

El racismo inherente a todo nacionalismo por fin se ha destapado, y mostrado su carácter antidemocrático y violento, supremacista y su complejo de superioridad, imitación del nazismo (del que es el hijo borde o tonto), ha acabado con la pretensión de un “proceso amable y festivo”, mostrando lo que realmente es cuando la realidad no se pliega a sus exigencias.

Asistimos a la declaración de absurdos derechos inexistentes en ninguna parte del mundo, y a exigencias de autodeterminación y secesión no reconocidos ni en la ONU. Además de no estar reconocidos en la Constitución, pero eso, como ya sabemos, es lo que menos importa. Y también asistimos a la tentación de los partidos antiespañoles, de modificar la Constitución para adecuarla a las pretensiones de los nacionalistas (“reformas asimétricas”).

Con todo este panorama, el crecimiento de Barcelona y el entorno productivo que engloba (Tabarnia), se ha resentido notablemente (fugas de empresas, pérdida de representaciones internacionales, debilitación de la actividad portuaria, pésima gestión de los recursos públicos, deterioro alarmante de la sanidad pública, irresponsable llamada a la inmigración islámica, endeudamiento bestial que España está soportando etc.).

 

¡TABARNIA!

 

La Historia, y los hechos, han puesto de relieve que la pretensión de “Cataluña” como una realidad única, nunca ha existido, primero diferenciado claramente el Condado de Barcelona del resto de condados.

A Tabarnia

A medida que el Condado de Barcelona se difuminaba en el Reino de Aragón, lentamente iba emergiendo Barcelona y su entorno que se iba diferenciando de las tierras del interior, ultramontanas, de escaso valor, soñando con sus tradiciones inventadas, hasta llegar a épocas modernas en que esta clara diferenciación y división, por vía de la acelerada transformación y dinamismo económico y formas de vida y pensamiento, se acentuaba más y más, conformando Tabarnia.

Tabarnia responde pues a una realidad con raíces históricas, y profundamente ligada al resto de España.

La oleada nacionalista que pretende arrastrar al todo por la parte (el pueblo catalán es uno, el pueblo catalán es separatista), ha despertado esta realidad: Tabarnia, que rehúsa sumarse a la locura separatista.

Tabarnia y el separatismo

La solidaridad que los separatistas no admiten con regiones españolas menos favorecidas, en buena parte sacrificadas para mantener y desarrollar a los siempre insatisfechos burgueses de Barcelona, la exigen, y aún más gravosa, con el interior profundo, que no aporta absolutamente nada y esquilma a Tabarnia (los correspondientes datos numéricos, que omitimos, son ampliamente publicados y pueden cotejarse fácilmente).

La Ley Electoral de la Comunidad autónoma se rige igual que la Nacional. Según el “Estatuto” tenía que haber sido cambiada, pero, intencionadamente, no lo ha sido, y eso hace que los separatistas tengan mayoría parlamentaria, con menos votos que los no separatistas.

Voto y renta

Les conviene mantenerla, ya que en el interior profundo (zonas agrarias y poco pobladas, comarcas de tradición carlista etc.) es donde tienen sus nichos de votos, con notable más valor que los votos de las zonas fabriles densamente pobladas (aunque también cosechan votos entre la alta burguesía urbana), lo que les permite perpetuarse en el poder.

De hecho, los separatistas desearían que Tabarnia no votase, ya que en él los separatistas son clara minoría.

No todos los empresarios de Tabarnia son separatistas, pero el montaje político del nacionalismo crea una realidad virtual remachada por los medios (TV3, CatRadio, etc.) de la que a veces es difícil zafarse.

Pero Tabarnia no es una broma, es una realidad, y un espejo del nacionalismo, cuyos argumentos pueden utilizarse contra él, con la notable diferencia de que el separatismo exige ilegalidades, y Tabarnia no, puesto que no atenta contra la unidad de España, antes, al contrario, se manifiesta indisolublemente imbricada en España.

Tabarnia

Tabarnia es consciente del esfuerzo de España.

Aunque el victimismo nacionalista lloriquee los “300 años de represión” la realidad es que Tabarnia progresó, a la cabeza de España, con los Austrias, con las reformas borbónicas, con el despotismo ilustrado, con el proteccionismo, con la dictadura de Primo de Rivera y con Franco. Tras el enorme empujón franquista, Tabarnia sigue pujante amenazada por los separatistas y el pijerío izquierdista.

Tabarnia no acepta el esencialismo ideológico del nacionalismo, representa la libertad frente al totalitarismo nacionalista, reconoce sus vínculos históricos con España y lo que a ellos debe.

Bandera de Tabarnia

Los nacionalistas jamás han reconocido que la riqueza, adelanto fabril, y prosperidad de Tabarnia no se debe solamente a la diligencia y trabajo de sus habitantes, sino fundamentalmente, al sacrificio de toda España, a la protección de todos los Gobiernos (desde el S XIV), y a su vinculación con España, que desea seguir manteniendo y solidariamente aportando lo que de ella ha recibido.

Tabarnia es España.

 

¿Quién debe a quién?

Cuando se habla de “deuda histórica” hay que especificar de quién respecto a quién.

¿Quién ha pagado el exceso de proteccionismo respecto a la competencia extranjera a una fabricación (especialmente la producción textil barcelonesa más cara y peor) permanentemente deficiente e ineficaz, viviendo de un mercado cautivo, no solamente el peninsular?

El hecho es que ha habido un sobrecoste, pagado por el pueblo español, que algunos historiadores han evaluado provisionalmente, aunque de forma muy incompleta, en valor actual en unos 500.000 millones de euros.