Las inestabilidades en el mundo árabe, particularmente en el Oriente Próximo, son complejas tanto en su origen como en su desarrollo. A partir de un cierto momento, emerge con una fuerza inusitada, el elemento religioso, poniendo al descubierto facetas, actitudes y motivaciones cuya movilización han resultado sorprendentes por inesperadas. Pero no se trata de una "infección" de radicalismo, sino que todos esos elementos ya estaban perfectamente integrados en su esencia. Aún tendemos a hablar, coloquialmente al menos, de Islam "moderado", lo que, como se ha ido viendo, es un concepto falso e inaplicable.
El mundo árabe siempre fue algo agitado, pero lo que consideramos, convencionalmente, como las “revueltas árabes” se inician con el fin del Califato (Otomano) al final de la 1ª Guerra Mundial y más precisamente en 1924, con la revolución de Ataturk en Turquía y el fin del régimen religioso.
El Califato, en esa época ya era, de hecho, una estructura caduca y que realmente no ejercía ningún poder, pero, aunque fuese de un modo simbólico mantenía la ilusión del ideal de la unidad religiosa.
Los regímenes coloniales que existían en connivencia con las oligarquías locales y clanes, permanecían como sistemas cerrados y en general corruptos, que no aportaban ningún desarrollo social, y sí descontento, frente a esos poderes coloniales nacen los “nacionalismos árabes” y los movimientos por la independencia hacia los años 1960.
Tras las euforias independentistas, las realidades de los resultantes regímenes laicos y autoritarios, teóricamente “modernos”, y enfocados, unos hacia tendencias “liberales” y otros con orientación, y una cierta influencia soviética, hacia el “socialismo árabe”, en países con recursos limitados, y escasos resultados en sus políticas sociales, no dan satisfacción a unas poblaciones en “explosión” demográfica, y se fraguan distintos movimientos insurreccionales frente a los autoritarismos y la corrupción (un mal endémico).
El período es notablemente complejo. Los movimientos nacionalistas fragmentaron el mundo del “Islam histórico” con injerencias del mundo occidental, soviético, y de Arabia Saudí (como consecuencia del “boom” del petróleo y del gas) y en él se gestaron los movimientos islamistas.
Algunos analistas, “progresistas”, multiculturalistas, buenistas… cifran el descontento y la movilización rebelde en la falta de democracia, de igualdad, de libertades civiles y de derechos humanos. Prescinden del elemento religioso. Pero se apoyan en esos conceptos, europeos (occidentales), olvidando que el origen de los mismos es greco-latino-cristiano (una herencia que desdeñan y pretenden olvidar), pero ajenos por completo al mundo y cultura árabe. Más adelante celebrarán “ingenuamente” la “primavera árabe” (y de paso el enrevesado juego de intereses de las grandes corporaciones industriales occidentales), que como se ha visto, no fue la modernización, la democracia y la libertad, sino el oscurantismo más retrógrado.
Armonizar las ideas democráticas con la herencia islámica no es posible. La realidad es que en los países musulmanes ha fracasado el nacionalismo, el liberalismo, y el socialismo.
No se puede ignorar que a lo largo de estos procesos la religión ha estado presente, primero tímidamente, pero con influencia creciente, y finalmente determinante en la liquidación de la herencia colonial, laica y occidentalizante y en la reislamización de aquellas sociedades.
Durante la época colonial diversas congregaciones y corrientes religiosas fundaron los “Hermanos Musulmanes” y posteriormente se estableció la “Umma” (Comunidad de Fieles) como una vuelta a un idealizado pasado islámico.
En el seno de los Hermanos Musulmanes se generaron los movimientos religiosos que lograron la movilización de las clases medias, las juventudes urbanas pobres, del éxodo rural etc. capas sociales diversas alejadas, e impermeables a la influencia de las elites políticas, que encontraron en el Islam la expresión de sus frustraciones, la proyección de sus expectativas y un sentido trascendente.
En 1979 se produce, en Irán, la victoria de la oposición chiita al Sha implantándose la República Islámica con el régimen de los “ayatolá” encabezado por Jomeini y una visión muy estricta del Islam que adquirió una sorpresiva presencia pública. El intento de exportar la revolución iraní es frenado por Irak en una larga y cruenta guerra. Pero Irán se convierte en una referencia y marca el inicio de la expansión islámica en diversas áreas, resultando un factor de inestabilidad en Oriente Medio, el Magreb, Pakistán, la India, e incluso en Occidente.
Entre 1979 y 1993 tuvieron lugar importantes acontecimientos: las revueltas palestinas (“intifadas”) que puso de relieve las rivalidades regionales, las guerras árabes-israelíes, la guerra en Afganistán de los comunistas con los muyahidines (ayudados por los USA) con el resultado de la implantación de un Estado islámico controlado por los “talibanes”, y también tuvo lugar la disolución de la URSS (1991). La guerra del Golfo entre una coalición liderada por los USA y Arabia Saudí, contra el régimen de Hussein (Irak), entre 2003 y 2011, fue un factor que perturbó seriamente a toda la región. En 2011 USA intervino también en el escenario afgano, donde antes actuó la URSS, ahora contra el régimen talibán.
Durante el período de los nacionalismos árabes, el factor religioso había crecido y también la influencia comunista. Los regímenes trataron de utilizar, y de legitimarse, mediante su acercamiento a la religión financiando y estimulando a los grupos y congregaciones religiosas, símbolos del orden moral opuesto al materialismo ateo, en los que veían a un aliado frente al socialismo. Pero no consiguieron controlar ni limitar la dinámica que pusieron en marcha.
La desaparición de la URSS dejó un vacío inmediatamente ocupado por el integrismo islámico que emergió con mucha fuerza y la “yihad afgana” representó la “causa” por antonomasia del mundo árabe (superando su proyección a la del conflicto palestino). Fue decisiva en la evolución del movimiento islamista y en su capacidad de movilización ya que en él podían identificarse todos los sectores sociales, especialmente a los “piadosos”, ante la perspectiva de la “sociedad justa” del pasado.
El Islam, que hasta esa época parecía relegado a la esfera individual y a un quietismo religioso, reaparece expandiéndose entre grupos políticos radicalizados en la oposición a los regímenes laicos, autoritarios, despóticos, occidentalizados por la herencia colonial, y corruptos. Estas corrientes religiosas, tal vez algo utópicas, que encarnaban la batalla cultural, la revolución, socavaron aquellos poderes políticos cargándose de odio y rechazo a su occidentalización, y de hecho hacia Occidente.
Estas nuevas elites religiosas exigen proclamar el Estado Islámico, basado únicamente en el Corán (su “Constitución” petrificada) y la “Sharía” único código que excluye y expulsa a cualquier otro código o norma, y aparece, por lo tanto, como una ideología totalitaria que abarca e integra todos los aspectos de la vida y del Estado; nada queda fuera de él. El fundamentalismo islámico tiene, pues, contenido social y político.
Para el Estado Islámico, los demás regímenes políticos son “impíos”, gobernados por “infieles”, y por lo tanto ilegítimos. Debían ser eliminados, así como exterminadas sus elites occidentalizadas, el objetivo debía ser “limpiar” a las poblaciones musulmanas de las influencias occidentales, y el Islam el medio de recuperación de “lo propio” y una guía religiosa y política.
La “yihad” es el nuevo paradigma dirigido contra occidente, contra el imperialismo, el sionismo, el socialismo, e incluso contra los moderados.
Bajo estas nuevas perspectivas, puristas, los nacionalismos son “impíos” (especialmente si su concepción del Estado sigue modelos europeos), y conceptos como “nación” “partido”, “socialismo”, “democracia”, “derechos humanos”, son símbolos propios de idólatras ya que el Islam no admite, en absoluto, estas mediaciones.
No hace falta una gran retórica para poder transformar toda esa carga política gestada históricamente en una base sociológica susceptible de ser utilizada por sectas de fanáticos manipuladores, simplemente utilizando dicotomías radicales machacadas una y otra vez, fácilmente comprensibles para mentes acríticas y poco avezadas en el lenguaje tanto religioso como político.
Por otra parte, la única manera de vivir una “identidad islámica” es socialmente y políticamente. En comunidades religiosas y sociedades que tienen ideas políticas acordes con el Islam, y esas ideas sólo pueden ser salafistas o yihadistas, antioccidentales, ultraconservadoras, beligerante y antisemitas. No existe otro Islam, lo que sí puede existir es una indiferencia que el Islam condena y anatematiza, y es fácilmente convertible en futuro integrismo salafista.
La Sharía, esa ley islámica, es el mejor ejemplo del totalitarismo que es la esencia del Islam. No sólo incluye obligaciones religiosas de tipo litúrgico como otras religiones, sino de vestimenta, relaciones sociales, comportamiento, etc, que son inamovibles e inmunes al paso del tiempo y que confieren al Islam esa característica de medieval, primitivo, atrasado, bárbaro e inhumano.
Un beso, un baile, una copa… pueden ser castigados con la prisión o el látigo. Un orden cruel, inhumano y bestial. El mejor ejemplo es la decisión de un grupo de “científicos” de Arabia Saudí en Mayo de 2016, de decretar que la mujer ya no es un objeto sino un mamífero, pero no un ser humano, y que por lo tanto sigue careciendo de alma, lo cual fue considerado un “gran avance”.
El Islam resuelve la atracción antropológica masculina por el cuerpo femenino con su cosificación, su transformación en un objeto que puede ser poseído, comprado o vendido. Lo deshumaniza y le niega explícitamente poseer alma y carácter humano. Así puede dominarlo de modo total como una posesión, literalmente como un animal.
Lo desea, pero lo niega al cosificarlo y lo odia por desearlo, es la actitud del maltratador. Es un caso único en la especie humana, ni siquiera el tipo de sociedad asiática arcaica llegó a esos extremos, ni mucho menos la sociedad medieval europea. Ni siquiera es antropológicamente prehistórica, es una actitud totalitaria trasladada desde el ámbito socio-político al antropológico.
Hecho, agravado por la explícita pederastia de las sociedades y la religión musulmana. Ellos creen que los niños y especialmente las niñas son objeto legítimo de deseo y abuso sexual, en mayor medida incluso que las mujeres jóvenes, siguiendo el ejemplo de Mahoma que se casó con una niña de nueve años; (hay numerosos testimonios de ello en Internet y YouTube).
El contacto con la modernidad, con las sociedades abiertas, libres y civilizadas, provoca en el musulmán un choque que, tarde o temprano, debe resolver de alguna forma, ya sea contemporizando, adaptando su práctica parcialmente a esa modernidad, o enroscándose en una “vuelta a los orígenes”, es decir al salafismo, que es el camino que recorren los terroristas y sus numerosos apoyos en la comunidad musulmana, procedan de la delincuencia, la marginalidad o de la integración social. Es una vía siempre abierta.
Esas obligaciones estrictas integran a todos esos individuos provenientes de fracasos, desestructuraciones familiares, desarraigo social, desorientaciones, alteraciones psíquicas, subdesarrollo sexual, etc, en un mundo ordenado pero enfrentado exasperadamente a la sociedad civil, occidental, árabe o africana, a la que se ve obligado a imponerse.
Cuando el musulmán constata la total oposición de sus creencias sociales, de su educación y forma de vida, con la del entorno occidental, sólo puede renunciar a ellas, lo que le llevaría a enfrentarse a su entorno social y familiar de modo irreversible, o bien rechazar esa forma de vida occidental y al país y población que representa, lo que le lleva, en la pura lógica islámica, a atacarla por todos los medios. Si ese proceso lo recorre con otros, ya sean familiares o amigos, constituirá un grupo de terroristas. La opción puramente religiosa, o mística, no es aceptable para el Islam. El intento de llevarlo a cabo por parte del negro norteamericano converso Malcom X lo llevó a la muerte a manos de los fanáticos de sus excompañeros de los “Musulmanes Negros”.
Esta es la explicación de tantos supuestos “integrados” tras varias generaciones viviendo en países occidentales y que de repente atacan a la sociedad que les acoge.
En sus inicios, en los años 60, los grupos de fieles salafistas debían conformarse con constituir grupos de observancia islámica estricta al margen de la sociedad, en países árabes con regímenes nacionalistas o progresistas.
Pero tras la derrota de las insurrecciones islámicas en los años 80-90, la nueva oleada de militantes de grupos autónomos (“resistencia sin liderazgo”, un invento de los neonazis alemanes), abanderada por AlQeda y el Estado Islámico de Irak y Siria, ya tienen un sector social sobre el que lanzar sus redes aprovechando, como todos los totalitarios, las libertades democráticas
En Europa, con la ceguera de la “islamofobia” (como si una actitud política fuera una psicopatía) y en Oriente Medio con el auge de las “primaveras árabes” promovidas por globalistas occidentales, fundamentalmente ongs norteamericanas, a las que la izquierda acusa de “brazos de la CIA”, se ha generado una situación de inestabilidad y terrorismo global que es producto de estas causas y no sólo de condiciones internas de esos países musulmanes, mucho más inestables en los años 90 (Turquía, Argelia, Egipto, Palestina).
No hay por lo tanto posibilidad ni esperanza en la conversión del Islam en lo que no es. Ni una laicidad democrática, ni una “sociedad abierta”, ni una “teología de la liberación” de signo progresista.
Entonces ya no sería Islam, y no lo ha dejado de ser en trece siglos.
El Islam no pretende constituir una comunidad separada sino que es totalitario, pretende defender una verdad universal y obligatoria sobre todo sin respetar razas, culturas ni naciones.
Sirve además para compensar los complejos de inferioridad colectivos y personales de sociedades como las árabes y africanas, fracasadas, atrasadas, caóticas y marginales por sí mismas. Esa rabia que produce su fracaso, más evidente entre los musulmanes que viven en Europa y América, se transforma en terrorismo al carecer de elementos mínimos de autocrítica.
Este hecho permaneció oculto mientras diversas corrientes ideológicas recorrieron el mundo árabe y africano movilizándolo: con las independencias el nacionalismo, cuyo más conocido representante fue el egipcio Nasser, el socialismo árabe del Baas (Siria e Irak), el izquierdismo de la causa palestina (FPLP y antes el FLN argelino), ciertos experimentos como la Jamahiriya libia, o el nacional-socialismo del Partido Social-Nacionalista Sirio en el Líbano.
Al fracasar o anquilosarse todos ellos sólo queda el Islam recorrido por los grupos políticos integristas. El Corán Karim o Islam light no es Islam según este mismo. Es un modus vivendi personal que además, a través de la taqiyya (disimulo, engaño) puede legitimar incluso una posterior radicalización.
Que el Islam es yihad, sharía e integrismo lo prueban las constantes agresiones a mujeres occidentales, bien ocultas por los medios de comunicación y que han convertido a la pequeña Suecia (10 millones de habitantes) en el primer país del mundo en número de violaciones, por delante de Somalia, por el alud de “refugiados”, en realidad invasores y delincuentes, de Siria y Afganistán. Por no hablar de los atentados, la delincuencia y los constantes intentos de “sharianizar” las sociedades occidentales por parte incluso de los hijos, nietos o biznietos de emigrantes musulmanes, ninguno de ellos agradecido a estas sociedades que les acogieron.
Este hecho es totalmente asumido por el mundo musulmán puesto que la sharia y sus códigos premedievales son obligatorios y se basan no en el amor como el cristianismo o la meditación como el budismo, sino en el integrismo, la represión y la guerra. Son un totalitarismo que unifica de modo reaccionario lo social, lo política, lo religioso y lo personal.
La violencia y la intransigencia fueron clave en su historia y expansión, sin las cuales un grupo de beduinos del desierto conducidos por un disidente no hubieran logrado el alcance que tuvieron ni la movilización y sometimiento de los pueblos conquistados.
Decir “integrismo islámico” es por lo tanto redundante, no existe en el Islam, ni ha existido, un Islam “liberal” o “ilustrado” ni puede existir sin que el Islam deje de serlo y entonces haya que cambiarle hasta el nombre.
Por ello es totalmente inoperante la diferencia que establece la psicología social y la sociología entre radicalismo y violencia, por ser aquí “un comportamiento y una ideología”. En el Islam son lo mismo, y el que no se atreve a practicarla la asume y apoya porque forma parte de la ideología, como la sharía, el fanatismo, el machismo, la misoginia, la pederastia, la tiranía, el odio y la exclusión.
Lo que sí pretende hacer el movimiento integrista (y no todo) es aprovecharse de los adelantos de la modernidad, la democracia y la ciencia para combatirlas y pervertirlas, tal y como hizo el nazismo, un “modernismo reaccionario”, que ellos llaman “ciencia islámica”.
(En el curso de una conversación, una mujer árabe joven y no-integrista dijo: “No le deis más vueltas, vivir el Islam como musulmán es como dicen ellos, los integristas, lo demás no es Islam, es ir pasando”).
Por eso no puede haber “choque de civilizaciones” ya que el Islam no es una civilización, es una forma de barbarie, de oscurantismo antihumano y salvaje, que se reafirma en el fanatismo, el atraso y la esclavitud. No hay nada más dentro del Islam.
A nivel político, el movimiento integrista es la alianza espuria de dos sectores sociales: el lumpen, desarraigado y que se niega a ser clase obrera tal y como la entendemos en el mundo desarrollado, y la clase media-baja, una lumpen-pequeña-burguesía similar a la occidental que aspira al poder a través de la subversión, como en Occidente, es la clase-trepa, que algunos autores llaman “burguesía piadosa” en un incorrecto e insuficiente análisis de clase.
Cuando se niega esto la realidad golpea a los que lo hacen, como cuando se publicó el estudio del Institut Montaigne en septiembre de 2016 sobre la integración de los musulmanes en Francia y salió que un 30% de los autocalificados como “musulmanes moderados” consideran que la sharía es superior a la ley de la República, y que un 25% de hombres y un 40% de mujeres (moderados todos ellos) rechazan ir a una piscina pública, un 60% creen que las niñas deben llevar velo y otro 60% que el laicismo es “antinatural”. ¡Y eso son los “moderados”!.
El estudio, dirigido por un musulmán, considera que los musulmanes “moderados” son en Francia (donde van por la quinta generación de descendientes de emigrantes moros) el 46%. El resto son ortodoxos, siendo entre estos los radicales un 28% (más de la cuarta parte).
Un 53% de estos “moderados” considera que su cultura musulmana es contraria a Francia.
El Islam no es un modelo de sociedad, ni una civilización, ni una cultura, es una tiranía totalitaria, como el nazismo, el comunismo o el nacionalismo y no existe versión democrática o “moderada” de ellos.
De ahí que se lleven bien con todos los otros totalitarismos: la extrema-izquierda, los nazis (Hitler los admiraba y formaron parte de su ejército un par de divisiones islámicas), los separatistas, los progres “políticamente correctos” …
Así, frustraciones, complejos, supuestos agravios, fracasos… pesan en el estado de ánimo del individuo previamente a la asunción de políticas radicales, pero la inserción en la justificación ideológica salafista es la palanca definitiva según los analistas de Inteligencia y sociólogos.
El salafismo es una corriente integrista islámica que preconiza la vuelta a los orígenes, el rearme ideológico-moral y una forma de vida regida por la sharia, la ley islámica tradicional, sin concesiones a la modernidad.
Este es el escudo que permite a cualquier musulmán el rechazo, el odio y la violencia contra las sociedades occidentales y el cristianismo. Actitud, por otra parte, perfectamente integrada en la psicología del musulmán desde los inicios del Islam. Eso les permite mentir, matar, agredir y despreciar a sociedades tolerantes que les acogen y que son infinitamente mejores que las suyas, tanto como humanitarias y como avanzadas.
Por lo tanto, la justificación y argumentación religiosa juega aquí un papel de superestructura, siendo el factor político y sociológico mucho más importante. De hecho el conocimiento de las escrituras religiosas, lejos de atenuar estas motivaciones las potencia, hecho acentuado por la falta de estructura jerárquica en la religión islámica, similar a la protestante, volcada en la obediencia y la interpretación y fácilmente presa de corrientes alternativas a las oficiales.
Así se explica que el elemento de relación personal tenga vía libre en la captación de militantes, ya que está perfectamente insertado en el marco identitario árabe y musulmán: el 70% de los terroristas capturados fueron captados por conocidos y el 20% por familiares. Como en el caso del nacionalismo, la familia que odia unida permanece unida.
El carácter sectario de estos grupos se imbrica con el deseo de pertenencia a la Umma, la comunidad de los creyentes musulmanes, que a su vez se inserta totalmente en la dogmática islámica: todo el mundo nace musulmán pero los impíos y la sociedad corrompida por la Yahiliya, la herejía, pervierten esta marca de nacimiento de la Humanidad.
En este contexto, el lugar de la radicalización casi carece de importancia, siendo el más numeroso el domicilio particular (73%), seguido de la mezquita (46%) y el local comercial (34,6%) y los lugares de trabajo (19,2%), combinados muchas veces como se ve en los porcentajes.
De ahí que, pese a su presencia en los medios de comunicación, la figura del “lobo solitario” auto radicalizado en Internet sea minoritario. La radicalización, o mejor, la asunción del verdadero carácter y fin del Islam, se da en grupo y es un hecho social musulmán corriente en el que el agente de radicalización simplemente encuentra el campo libre. Se da especialmente en gente joven, de segunda generación y niveles educativos y religiosos bajos.
Lo único que hace el salafismo y el yihadismo (llamada a la guerra) es acentuar esa intromisión del elemento político en la religión y del religioso en la política, radicalizando ambos. Es el mismo proceso que lleva a cabo el nacionalismo con la cultura, o el marxismo con la economía (“economía política”). Totalitarismos.
Hay que dar la batalla ideológica contra ellos y sus apoyos, y asumir que es una lucha a muerte, como lo es todo combate contra un TOTALITARISMO.